25 cuentos traviesos para leer en 5 minutos by Amaia Cia

25 cuentos traviesos para leer en 5 minutos by Amaia Cia

autor:Amaia Cia
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-4884-498-1
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2018-07-19T00:00:00+00:00


Érase una vez un panadero y una pastelera que vivían felices vendiendo pan y pastelillos. Pero los años pasaban, y los dos se hacían mayores sin haber tenido hijos.

Una mañana de domingo, la pastelera salió al campo a coger fresas y arándanos para hacer una mermelada. En un claro del bosque encontró un pozo. Eso le extrañó mucho porque la pastelera conocía muy bien la zona y no recordaba haberlo visto nunca. La pastelera se asomó al pozo y oyó una voz profunda que le dijo:

—Soy un pozo de los deseos, pídeme lo que quieras.

La pastelera primero se asustó y luego, por si acaso, pidió su deseo:

—Quisiera tener un hijo dulce y tierno.

El pozo no añadió nada más, por lo que la mujer creyó que todo habían sido imaginaciones suyas. Pero cuando la pastelera volvió a su casa y abrió el horno, no solamente sacó de él galletas de miel y avellanas. ¡Dentro del horno había un niño de bizcocho!

—Hola, mamá —dijo el niño de bizcocho—, ¿a qué hora cenamos?

La pastelera se puso muy contenta. El panadero puso alguna pega:

—¿No habría sido mejor un hijo de carne y hueso?

—Si hubiéramos sido carniceros, sí —respondió la pastelera—, los hijos deben parecerse a sus padres. Pero este es el niño perfecto para nosotros.

Todas las mañanas, la pastelera peinaba a su hijo con un tenedor. Tenía el pelo de cabello de ángel, y tratar de hacerlo con un peine era una tarea muy complicada.

Si el niño perdía algún botón, su madre elegía una gominola y se la colocaba con mucho cuidado. Si se caía y perdía una oreja, la pastelera ponía un orejón a remojo y se la volvía a colocar.

Por las noches, el panadero acompañaba a su hijo a la cama y lo tapaba con sábanas de papel de plata.

—Dulces sueños —le decía antes de apagar la luz.

Pero la vida del niño de bizcocho se complicó cuando empezó a ir al colegio. Sus compañeros se reían de él y nadie quería tenerlo en su equipo cuando jugaban al fútbol. Cada vez que lanzaban un balonazo, la pelota atravesaba la tripa de bizcocho del niño, haciéndole un agujero. Así no había forma de que parase un gol.



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